¡Ya está lista la cena!
Mientras me disponía a revisar que actividad tendría que realizar a lo largo de la semana, me dispuse a tomar un respiro, cambié de actitud y sentí como mi cuerpo se disponía a acomodar cada uno de mis órganos y pensamientos en orden, necesitaba convertir mis anhelos en requerimientos para dar lo máximo de mi, pero cómo iba poder lograrlo en este momento, me encontraba distraído de mis quehaceres, acompañado de la soledad que es muy común en mí.
Fue de esa manera que recordé bajar al sótano a encontrarme con mi más culpable y deseable gusto, los tonos oscuros del pasillo, que no dejaban atravesar ninguna luz natural, en la que solo un candil me acompañaba para mostrarme el lugar indicado por los expertos para mantener el sabor y las propiedades de un buen vino, compensando todos aquellos procesos que gran falta le hacen a los viñedos hoy en día, en donde solo se busca vender por toneladas cajas llenas de botellas sin sabor.
Escoger la botella que esa noche acompañaría mis deseos, sería especial y no solo una más cómo anteriormente lo hacía, necesitaba en mi ser el aroma y la textura indicada, solo que no tenía la menor idea de donde había quedado ese vino que venía haciéndome agua los labios, el paladar y que mi nervioso estómago buscaba contener. Mientras daba un paso adelante y dos hacia la derecha, sabía que estaba cerca de encontrar de entre tantas botellas nuevas con no mucho añejado, pero si con el agradable color verdoso que las caracteriza, pero que a la oscuridad profunda con la que mis ojos intentaban encontrar al menos el más diminuto rayo de luz entrante, escurrido por entre las grietas de la madera que techaban este húmedo sótano, fue que una esperanza se posó ante mi, botella limpia y libre de etiquetas, premios u alguna otra medalla de arrogancia que la pusiera siempre al frente y a la mejor altura en el mercado para ser tomada con facilidad y llevada por cualquier persona con el único deseo de embriagarse sin darse cuenta que dejaba escapar sus propiedades al estar en esa falsa posición.
Tomada con mucho cuidado ya en mi mano, se encuentra lista para ser sacada de ese escalofriante lugar, mientras que el reloj marcaba las 6:19 p.m. que para estos días de octubre se encontraba más cercana la noche oscura tras el último reflejo del atardecer, cómo siempre para esta época tan rojizo como el mismo vino. Una humilde cena para acompañar esta botella que esperó diecisiete largos años, que no lo fueron para mí, pues ya el cabello blanco le va ganando la batalla al castaño que me caracterizaba, solo un trozo de queso que aguardaba en añejado, junto a la mayoría de esos vinos, acompañaría una pasta remojada en una salsa de tomate con un par de hiervas que darían un toque de dulce y amargor para ser cubiertos con un espolvoreado de ese queso añejo y un todavía más humilde aceite de olivo, que remojaría los trozos sobrantes de un bolillo traído esta mañana por la señora gritona que vende el pan.
Ahora bien ya lista la cena, mientras la oscuridad se apodera de la flama de la única veladora que ilumina posada sobre la mesa el recuerdo de mi abuelo, que entre más se mece, más me pone a recordar los momentos vividos a su lado, es mientras sirvo suavemente la pasta sobre el plato y vierto un poco de vino dentro de la copa ya estrellada por tanto uso y los descuidos al lavarla pues, con ese cristal tan delgado, es muy fácil quebrar más de tres copas en tan solo una lavada, así que ya no quedándome más opciones que esa, solo se debe tener cuidado suficiente para no perder en cristales la última copa.
El primer sorbo, me recordó aquel día en que adquirí la botella, el segundo me puso pensante, mientras que el tercero después de terminar el bocado entero que aun permanecía en el plato, me ponía alerta pues ya el calor se apoderaba de mi rostro, sentía cómo si pasara la veladora por debajo de mi barbilla y quemaba cada uno de mis poros, mis ojos empezaban a perder la batalla pero aun se mantenían abiertos al grado de hacer caso a cada rechinido de la madera del piso, incluso cada soplo de viento se sentía como si alguien caminara por detrás de la silla, y así fue sucediendo hasta encontrar el fondo a la botella, esa que ya había dejado un sabor y aroma frutal además de el tono morado de dientes, y que sin que yo me diera cuenta, ya había procedido a profundizar en sueño.
Un lugar por demás espectacular, de colores extraordinarios, no se siente la gravedad, solo hay tranquilidad y muchas figuras que no puedo explicar, es tan confuso todo, pero a la vez es maravilloso, un cielo tan azul cómo el mismo caribe, entre tonos turquesa las nubes colgaban cómo entre hilos de hielo, el sonido tan ensordecedor que al momento me sentía como si estuviera sordo, pues no se escuchaba sonido alguno, no se que es este lugar, ni siquiera se cómo llegue aquí, solo se que ya llegue al lugar indicado para pasar el resto de mi muerte.
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Guadalupe, Zacatecas. |
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